El ‘Hombre Conectado’ tendrá wearables implantados y emitirá datos en tiempo real

El ‘Hombre Conectado’ tendrá wearables implantados y emitirá datos en tiempo real
El ‘Hombre Conectado’ tendrá wearables implantados y emitirá datos en tiempo real

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Dicen de Chris Dancy que es el hombre más conectado del mundo. A sus 45 años, este estadounidense de Denver vive ‘enganchado’ a varios wearables que miden toda su actividad física, despierto y dormido, quieto o en movimiento… Vive conectado a unas Google Glass, una pulsera Fitbit, un reloj inteligente Pebble y duerme en una colcha con sensores. Lo que Dancy ya conoce y posiblemente anhela son los llamados wearables implantables, el principio del verdadero ‘Hombre Conectado’.

Aunque estos dispositivos incorporados al cuerpo pueden parecer una historia de ciencia ficción, hoy en día existen sectores como el de la salud que tienen analizadas las ventajas de usar chips inyectados en el organismo. En el evento South by Southwest de este año, la doctora Leslie Saxon, cardióloga y directora del Center for Body Computing de la University of Southern California, afirmó que el futuro de los wearables va más allá de un reloj inteligente o una pulsera biométrica.

Wearables implantables: el poder de los Big Data y la comunidad social

Saxon es una convencida del uso de dispositivos implantables para conocer el estado de salud de los pacientes y el poder de esos datos para elaborar modelos de prevención de enfermedades. Esta profesional de la salud lleva tiempo encabezando iniciativas de este tipo dentro del Center for Body Computing, un centro de estudio que investiga el uso de la tecnología avanzada para mejorar la salud pública.

Durante algún tiempo, llevaron a cabo un seguimiento médico inalámbrico de 400.000 pacientes, quienes transmitían a diario sus datos biométricos. “Demostramos que los pacientes viven más si podemos implantar este tipo de protocolos médicos”, aseguró Saxon en una entrevista en Popular Science. “Me di cuenta que al revisar todos los días el estado de los pacientes de forma inalámbrica, podíamos hacer observaciones no sólo sobre mis 700 pacientes con desfibriladores instalados en el corazón, sino de todo el país”, finalizó la doctora.

La idea de Saxon es una mezcla perfecta entre wearables implantables, el procesamiento masivo de datos y la creación de una comunidad médica global. “En vez de este escenario en el que veo al paciente un 0,001% de su vida, sólo cuando tienen un síntoma, podríamos usar sensores portátiles implantables para cuidarles de forma continua”, afirmó en su encuentro con Popular Science. Si esto se aplicara a cada persona desde la niñez hasta su fallecimiento, podríamos tener una base de datos inmensa desde la que elaborar modelos predictivos de afecciones graves.

Desarrollo de Biogram, una comunidad unida por el corazón

El propio Center for Body Computing ha desarrollado una aplicación móvil que ya pone en práctica esta mezcla de datos y comunidad. Biogram es una aplicación que permite a cualquier persona compartir su frecuencia cardiaca con el resto de usuarios. Parece una tontería que, con el tiempo, se puede convertir en una gran nube de datos biométricos.

Al final, vamos a un futuro en el que las grandes tecnológicas puedan crear sus propios wearables implantables, cuyo funcionamiento vaya asociado a una aplicación y esté conectado a un gran centro de datos. Sería algo tan sencillo como acudir a una tienda de tecnología, implantarte un dispositivo en el organismo y participar de enriquecer una gran base de datos que puede salvar vidas.

“Lo que me gustaría ver es una ONU para la salud digital, una especie de gobierno mundial en interés del individuo. En el futuro, pienso en ser capaces de predecir un brote de ébola y evitar la muerte de niños”, afirmó Saxon en su entrevista.

Wearables implantables: algunos ejemplos

Empresas como New Deal Design alimentan la idea de Saxon con dispositivos que pueden cumplir con ese futuro médico superconectado de esta cardióloga visionaria. Su proyecto Underskin es una especie de tatuaje digital, con tecnología NFC, que permitiría retransmitir las constantes del cuerpo humano en tiempo real, pero también cifrar el uso de tarjetas de crédito o abrir puertas a distancia.

Otra de las compañías punteras en el desarrollo de dispositivos de este tipo es MC10, una empresa con sede en Massachusetts. Ellos llevan tiempo desarrollando dispositivos en forma de pegatina, que se colocan en la piel y que pueden incluir sensores de temperatura y frecuencia cardiaca y procesan datos a través de antenas inalámbricas. Además, llevan una batería que les da autonomía.

La idea de MC10 es lanzar dispositivos que se incorporen en el cuerpo para siempre, no que se puedan llevar o quitar como un reloj inteligente o una pulsera. De hecho, sus investigaciones ya incorporan toda la experiencia y los conocimientos de John A. Rogers, profesor de Ciencia de Materiales e Ingeniería en la Universidad de Illinois y experto en el estudio de membranas flexibles que puedan usarse en la piel o inyectarse en el organismo.

Hombre-Conectado, Hombre-Ciborg

El final de este viaje es el escenario que defiende y promociona la Fundación Cyborg, una organización sin ánimo de lucro fundada en 2010 por los activistas Neil Harbisson y Moon Ribas. La idea de la asociación es la creación e investigación de nuevas tendencias en la aplicación de la tecnología al cuerpo humano. Su objetivo final es el salto definitivo del ser humano al cíborg.

Como el propio Harbisson ha dicho en más de una ocasión, “la vida será más emocionante cuando empecemos a crear aplicaciones para nuestro cuerpo”.

Este visionario es, en sus propias carnes, un hombre conectado. Él nació con una afección hereditaria llamada acromatopsia, una enfermedad que le impide ver la vida en colores. Todo lo que sus ojos perciben lo hace en escala de grises, salvo si lleva incorporada en su cabeza una especie de ojo electrónico que capta el espectro de frecuencias de la luz y las envía a un chip que tiene colocado en su cabeza.

A partir de ahí, el dispositivo genera un sonido distinto por cada tonalidad, lo que le permite distinguir los colores.

Lo que al principio sólo era un chivato para Harbisson, terminó por convertirse  primero en una percepción, y después en una sensación real de color. Este ojo electrónico fue inicialmente una forma de superar una enfermedad y después en algo mucho más grande. A día de hoy es capaz de reconocer un espectro electromagnético mayor que cualquier ser humano.

Esto es lo que alimenta la lucha de Harbisson, la posibilidad de que los dispositivos implantables no sólo puedan solucionar las consecuencias negativas de una enfermedad, sino que puedan ampliar las capacidades del cerebro humano.

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